domingo, 21 de junio de 2009

Algo

Algo
Amado del Pino - La Habana


"Cuéntame algo, aunque sea mentira". Esa frase la oí muchas veces en mi infancia y adolescencia. Ahora no sabría decir si se trataba de un dicharacho rural o pueblerino o también seguí escuchándolo al llegar a La Habana. Tal parecía un simple chascarrillo, una broma casi carente de sentido entre personas de mucha confianza.

Hoy, sin embargo, he amanecido con esa letanía en mi cabeza. No siempre la verdad, lo literal, lo justo es precisamente lo que más necesitamos. Hace poco me reencontré con un viejo y agradable colega, a través de internet. Cuando los dos supimos nuestros santos y señas electrónicos, le pregunté cómo le iba y me respondió con unas fotos. En el siguiente mensaje lo convidé a que si quería no me comentara sobre sus pasos actuales. A la larga cuando ―al descender de un tren o en el trajín de una boda― nos encontramos con viejos conocidos del pueblo, el barrio o la profesión, esas preguntas sobre la actualidad funcionan más bien como una retórica, una pausa educada que da paso a lo casi único que puede salvar el encuentro: la descarga mutua de melancolías y sucesos que una vez compartimos.

Mi amigo Pabi ―tamarindero de pro y apasionado profesor de deportes― me contaba que muchas de sus tardes ―allá por los 80 de su veintena y la mía― se dedicaba a tomar cervezas con un compañero de trabajo. La norma establecida en aquella mesa era que a la segunda invasión del espumoso líquido, ambos estaban autorizados a “meterse mentiras”. Se licenciaba el invento o el noble disparate en virtud de que se pasaban el día entero juntos y no tenían nada nuevo que contarse.

Julián Marías ha dicho que el matrimonio es una institución narrativa. La amistad también, pero cuando ―como en el bolero― las almas se alejan; es más fácil retomar una sombra de diálogo cuando se es amigo que cuando se fue novia, amante o cualquier otra variación del discurso de los cuerpos. Más bien, en estos casos, conversamos con dos personas a un tiempo. Una es la que sudó, rió, se equivocó junto a nosotros y la otra la actual, la desconocida. Por eso ―y otros lo han descrito mejor― las preguntitas de cómo te va o en qué estás trabajando ahora suelen ser frías, convencionales, pálidas. Van dirigidas a ese tipo(a) con el que tenemos poca o ninguna confianza. No hay otra opción que recordar lo que tenemos en común, como le pidió hace poco mi madre a una vieja amiga de ásperos temas actuales. Si se agotan las verdades pues a inventarse una mentirita, que tal vez sea más bien una certeza olvidada.


http://www.lajiribilla.cubaweb.cu/2009/n413_04/lacronica.html

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